Las ovejas negras
No llevo unas gafas de cristales rosas: entre los refugiados también hay personas de mal carácter, egoístas, vagos, aprovechados, mentirosos y/o pendencieros. Son humanos, igual que los no-refugiados. Afortunadamente, las ovejas negras suelen estar en minoría.
Kassim, el sirio que torturaba las cartas de mis hijos, se indignó sobremanera cuando los voluntarios le explicaron que su hija de cinco años no podía ir a la escuela hasta cumplir los seis. Hubo que jurarle tres veces que el grupo preescolar iba a encargarse de que la niña aprendiera las letras y los números, que no iba a estar jugando todo el rato. Su reacción agresiva, y los comentarios de otros voluntarios al respecto, me hacen pensar que fue el que trató de robar a Jakob y organizó la posterior paliza. Yo me alegro de haberle perdido la pista, pero sé que ahora anda perturbando la paz de otros ciudadanos inocentes.
Gulab, que aún practicaba el alfabeto con Moni, es uno de los vagos. Cada 15 minutos de clase pedía permiso para salir a fumar y, si se le concedía, a veces ya no regresaba al aula. En el alojamiento donde está ahora con Jakob, ha anunciado que se le pondrá el pelo blanco antes de ser capaz de hablar alemán, porque es un idioma muy difícil (que lo es), pero, en lugar de esforzarse, al cabo de dos semanas ya había dejado de asistir al curso que se ofrece allí. Además se niega a seguir el calendario con los turnos de barrido y limpieza. Aún está esperando la respuesta del Departamento de Inmigración – a pesar de las tres cicatrices de bala que marcan su cuerpo, corre el riesgo de ser deportado, y por eso no se molesta en colaborar. Otro problema de Gulab es su poca tolerancia ante lo que es diferente. En la última semana en mi pueblo, en que muchos refugiados ya habían sido trasladados y distribuimos los alumnos en grupos más pequeños, me tocó darle una clase y tuve la ocurrencia de explicarle algo en farsi. Gulab reaccionó irritado: “Yo soy un pashtún verdadero, yo no hablo dari ni farsi, y Jakob es un árabe.” En ese momento comprendí por qué en mi casa, cuando la charla sobre el traslado a Gau…, me había parecido tan poco interesado en la conversación: no estaba entendiendo nada, tenía que esperar a que Jakob le tradujera de dari a pashto. Y aunque Jakob le ayuda traduciendo, no siente respeto hacia él: Jakob “es un árabe” porque es un “falso” pashtún, los pashtunes “verdaderos” no hablan dari y no se mezclan con las otras etnias afganas. Gulab no podrá integrarse nunca en Alemania, porque no está integrado en Afganistán. Probablemente la respuesta de Inmigración tarda tanto, porque él es buen caldo de cultivo para la ideología islamista.
En el alojamiento colectivo de la vieja posada hay discusiones frecuentes, principalmente por el tema de los turnos de limpieza, y también alguna pelea. En general Jakob no quiere hablarme de eso, pero una vez estaba tan irritado que no pudo aguantarse más. Al parecer, tras una de estas peleas, alguien había usado el móvil de Gulab para contactar a un voluntario y denunciar la situación… y después Gulab fue acusado de traidor y recibió una paliza, no por parte de los primeros implicados en la pelea, sino por parte de sus dos compañeros de cuarto: Sadik e Ismaiel, los otros falsos hermanos, con los que lleva meses conviviendo.
De Sadik, que se guía más por emociones que por razonamientos, me lo creo sin problemas, pero de Ismaiel, el alumno aventajado al que todos los voluntarios adoran, me cuesta creerlo. Y, sin embargo, hace meses que Jakob me avisó de que Ismaiel no es un santo y suele emborracharse a conciencia los fines de semana. También es cierto que el alcohol es un tema que perturba considerablemente a Jakob y no puedo saber cómo es de objetivo. Comiendo en mi casa nos ha visto tomar una copita de vino alguna vez o a mi marido con una cerveza y enseguida me ha preguntado con voz temblorosa: “Beber un poquito no es malo, ¿verdad?”.
No he visto nunca a Ismaiel borracho ni en actitud agresiva, pero sí he observado un cierto intercambio de señales entre él y una de las voluntarias. Los refugiados, obviamente, no son de piedra, y los hay que sí prefieren a las rubias de ojos azules, o que al menos hacen la vista gorda a esos detalles si se les ofrecen ciertos favores.
¿Y Jakob? Pues él también es humano, claro, pero no es mala persona. Por ejemplo, se le da mal mentir y le pillo con frecuencia dando excusas tontas a alemanes y afganos para no asistir a fiestas que le disgustan ni contestar a mensajes en redes sociales. Son las típicas mentiras «blancas» que todos usamos para no tener que confesar que el interlocutor nos aburre mortalmente.
Por supuesto, yo también tengo un lado oscuro… uno muy pequeñiiito 😉