Otra vez afga-no
Lo primero debe ser siempre un pensamiento (o varios) para las víctimas y sus seres queridos: en este caso María, estudiante de medicina en la ciudad de Freiburg, violada y asesinada en octubre.
Lo segundo puede ser una reflexión sobre la violencia de género, que en este país, afortunadamente, es muy moderada, en gran contraste con lo que conozco de España y Latinoamérica.
Después podemos alegrarnos de que la policía haya detenido a un sospechoso a partir de un cabello encontrado en el lugar del crimen y del análisis de varios vídeos de cámaras de vigilancia: varón de 17 años, teñido de rubio.
Entonces se puede ampliar la reflexión sobre la criminalidad a la tendencia violenta que presentan algunos varones jóvenes y uno se puede preguntar si el tema va de testosterona, educación escasa o equivocada, entorno familiar violento, videojuegos u otras influencias negativas.
Acabamos con un pensamiento para la familia que había acogido al supuesto asesino, porque también ellos están sufriendo un trauma emocional grave.
Y ahí paramos, porque, si no vas a mirar con odio a todos los hombres teñidos de rubio, ¿por qué generalizas y miras con odio a los refugiados y a los afganos?
Claro, este año dos refugiados afganos menores de edad y alojados con familias de acogida han aparecido en los medios de comunicación por cometer actos criminales. Pero… siguen quedando muchos miles de menores afganos que no salen en las noticias, y debe haber más de 100.000 afganos adultos viviendo pacíficamente en Alemania.
Los refugiados no son ángeles ni demonios, son personas. Y algunos cometen actos criminales que hay que castigar. Repito: hay que castigar a los criminales, que son personas concretas. Sin generalizar.
Jakob sigue estudiando alemán y friega platos en un hotel dos veces por semana. Lo que lleva en la mochila son libros, no un hacha, y si camina rápido de madrugada por las calles de la ciudad es para coger el último autobús «a casa» después de haber salido del trabajo.
A pesar de mis esfuerzos por encontrarle un apartamento, todavía vive en el alojamiento comunitario, comparte la cocina con 25 personas, la ducha con 10 y la habitación con 2 fumadores, uno de ellos, además, aficionado al alcohol. ¿Nadie por ahí conoce a un casero dispuesto a ayudarle con su integración?