Día del libro

1
Esta noche te he buscado en la Tierra de los Sueños, pero no he podido encontrarte.
Yo caminaba por un blanco sacbé sagrado de los mayas, de la mano de un traductor ruso que conocí en el metro de Moscú, y, mientras avanzábamos hacia el templo donde se guarda la profecía del fin del mundo, vimos que Tyll se balanceaba por encima de nuestras cabezas sobre una cuerda tendida entre dos árboles, atravesando el camino. Él también estaba todo blanco, pero era por la harina, y llevaba en la cabeza la piel del burro, con sus dos orejas.
He despertado en una cama vacía.

2
Esta noche también te he buscado en la Tierra de los Sueños, pero no hemos coincidido.
Yo viajaba en el tren nocturno, de regreso de Lisboa, y atendía adormecida a aquel suizo a quien tanto le pesaban las palabras, mientras me contaba la historia del hombre que quería aprender todas las lenguas que se hablan alrededor del mediterráneo. De repente, desde la ventanilla me pareció divisar el palacio de cristal de Mandalay y me entraron ganas de viajar por el delta del Ganges en busca de delfines de río.
He despertado en una cama revuelta.

3
Otra noche esperando infructuosamente encontrarte en la Tierra de los Sueños.
Yo visitaba el pueblo de Unterleute con aquella alemana con la que viajé por Bosnia, donde el silencio era un ruido inquietante, y, de manera inexplicable, la sombra de los nuevos aerogeneradores me hizo recordar el lago Lyngby, y deseé volver a la avenida de San Laurentius para entrar en la casa color canela y respirar su aroma a especias y aventuras.
He despertado en una cama fría.

4
Esta noche te he encontrado, por fin, en la Tierra de los Sueños.
Yo estaba sentaba a la orilla del río Níger, escuchando la música acuática en compañía de un estadounidense llegado desde el fin del mundo, cuando has aparecido entre la maleza y nos hemos abrazado.
Hemos despertado juntos, entrelazados.

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Los libros que leía en 2021 cuando escribí la tontería de arriba, por orden de aparición:
Dmitry Glukhovsky: Sumerki, Metro 2033
Daniel Kehlmann: Tyll
Pascal Mercier: Tren nocturno a Lisboa, Das Gewicht der Worte (este no lo recomiendo)
Amitav Ghosh: El palacio de cristal, La marea hambrienta
Juli Zeh: Unterleute, Die Stille ist ein Geräusch
Bjarne Reuter: Ved profetens skæg (título alemán: Das Zimthaus)
T. C. Boyle: Water Music, World’s End

Fe, esperanza y caridad

Es domingo, el día del Señor en la tradición cristiana y, puesto que mi esposo todavía es de los que pagan impuestos religiosos destinados a la iglesia católica, aunque hace tiempo que no va a misa, al menos desayunamos con los salmos y cánticos edificantes de Saviour Machine de fondo.
Tenemos el periódico de ayer delante, porque en este país la edición gruesa para el fin de semana se distribuye el sábado de madrugada, y hoy cada uno de nosotros lee la mitad que no leyó ayer. El móvil de mi marido también está en la mesa, por si hay noticias de última hora.
Antiguamente yo le preguntaba con guasa si de verdad a lo largo de esa noche el mundo había cambiado tanto como para tener que leerlo durante el desayuno, pero una aciaga mañana me respondió que Putin había invadido Ucrania, y desde entonces ya no le pregunto más y tolero en silencio la presencia del teléfono junto a las tostadas.
Esta de hoy es otra de esas mañanas aciagas que parecen estar multiplicándose como los conejos de antaño. Mi esposo pregunta si antes de acostarme aún llegué a leer lo del ataque iraní a Israel. Afortunadamente para mí no llegué a enterarme, y espero que Jakob tampoco, pues ya tiene él suficientes malas noches.
Ahora mismo él está trabajando de prueba, es decir gratis, en una gasolinera, como ya hiciera hace dos años (en este artículo os conté el drama de los bocadillos que acaban en la basura cada ocho horas), a ver si poco a poco el pobre muchacho puede pagar sus deudas y ahorrar algo para traer a su mujercita al país. El 3 de mayo tenemos una cita con una abogada especializada en reunificaciones familiares, pues según el experto de Cáritas al que consulté sobre el formulario de solicitud de visado que hay que rellenar, es mejor pagarle a ella 200€ por la consulta inicial que meter la pata con el documento y tener que volver a hacer cola en la embajada alemana de Teherán.
Teherán. Esa es la palabra clave.
Anoche ni Jakob ni yo sabíamos todavía nada sobre este ataque, pero mi solícito esposo ya nos había informado de que la embajada holandesa de Teherán había anunciado su cierre. Para que nos fuéramos haciendo a la idea.

Entre tanto la bella Mahría, allá en Kabul, sigue ajena a las transformaciones políticas que penden sobre ella como una espada de Damocles. Ha terminado el ramazán (los últimos días ella incluso los pasó en recogimiento, sin hablar con nadie y sin ocuparse de otro tema que no fuera el Corán), ha habido fiesta dentro de lo autorizado por los talibán y ahora ella está pasando unos días con sus padres y hermanos, antes de volver a casa de la suegra y que retomemos las clases de alemán.
La última vez que con mirada triste me preguntó cuándo iba a poder venir a vivir con su esposo todavía pude distraerla explicando que aquí era Semana Santa y la burocracia se paralizaba durante dos semanas. Si ahora la embajada de Teherán cierra por guerra, Jakob tendrá que contraer nuevas deudas para conseguir visados para ambos a Dubai o Qatar y presentar allí la solicitud de ella de visado para Alemania.
Anoche, tratando de calmar la ansiedad de Jakob, que le produce alopecia areata (tiene tres calvas en la nuca y ahora se queja de una más en la barba, cita médica mañana para que le digan que es autoinmune y no le pueden ayudar, me temo), bromeé sobre el tema del dinero y dije que mi marido se podría ocupar de todo, por ejemplo si los compra a los dos como esclavos: él nos arregla el jardín y ella nos cocina. No pareció interesado en el trato, pero quizás se preste a volver a discutirlo, porque también abrí la bocota para asegurarle que Irán se iba a comportar de forma sensata y evitar la escalada hacia una guerra mundial.

Somos un bonito trío, algo así como los Tres Bailadores de mi primera novela.
Mahría se aferra a su fe, aunque yo creo que Alá está echando una cabezadita y por eso ignora el sufrimiento diario de tantos millones de musulmanes.
Jakob está perdiendo la esperanza igual que pierde el pelo.
Servidora se encarga de la caridad dentro de sus posibilidades.
Por favor, señores gobernantes, permítannos un final feliz para la historia del visado, pues en esta temporada de la teleserie creo que ya hemos sufrido suficiente.

Continuará.
(Espero)

Panades, zalabiyyas y arrucaques.

Un buen amigo me manda una foto de las “panades” o empanadas de carne de cordero con guisantes que está preparando, para degustarlas mañana, Domingo de Resurrección. Y me invita a compartirlas. Horneando las panades, mi amigo honra una antiquísima tradición mallorquina que él tuvo ocasión de vivir en su infancia y juventud en la […]

Panades, zalabiyyas y arrucaques.

Os remito al blog de José Luis, que hoy publica un delicioso artículo sobre la fusión culinaria entre culturas. Felices Pascuas.